Cuando Tim Robbins le dice a Sarah Polley:
-Vente conmigo,
-Sarah: No , pues un día me levantaré y no pararé de llorar ,entonces los dos nos ahogaremos.
-Tim: Aprenderé a nadar................

" Espero que este lugar os ayude a nadar...............

sábado, 28 de enero de 2012

Francisca Aguirre, Premio Nacional de Poesía 2011

"La poesía es el paño de lágrimas de las   personas sensibles" Francisca Aguirre.


Esta poeta vivió el horror de la guerra civil, perdíó a muchos seres queridos. Mi homenaje desde aquí y mi  apoyo al juez Garzón que intentó luchar para que todas estas personas encontraran una respuesta a tanto dolor .


Frontera 

Yo, que llegué a la vida demasiado pronto, 

que fui-que soy-la que se anticipó, 

la que acudió a la cita antes de tiempo 

y tuvo que esperar en la consigna 

viendo pasar el equipaje de la vida 

desde el banco neutral de la deshora. 


Yo, que nací en el treinta, cuando es cierto 

-como todos sabéis-que nunca debí hacerlo, 

que hubiera yo debido meditarlo antes, 

tener un poco de paciencia y tino 

y no ingresar en este tiempo loco 

que cobra su alquiler en monedas de espanto. 


Yo, que vengo pagando mi imprudencia, 

que le debo a mi prisa mi miseria, 

que hube de trocear mi corazón en mil pedazos 

para pagar mi puesto en el desierto, 

yo, sabedlo, llegué tarde una vez a la frontera. 


Yo, que tanto me había anticipado, 

no supe anticiparme un poco más 

(al fin y al cabo para pagar 

en monedas de sangre y de desdicha 

qué pueden importar algunos años). 

Yo, que no supe nacer en el cuarenta y cinco, 

cometí el desafuero, oídlo, 

de llegar tarde a la frontera. 


Llegué con los ojos cegados de la infancia 

y el corazón en blanco, sin historia. 

Llegué (Señor, qué imperdonable) 
con nueve años solamente. 

Llegué, tal vez al mismo tiempo que él 

pero en distinto tiempo. 

No lo supe. 

(Oh tiempo miserable e injusto.) 

Estuve allí-quizá lo vi- 

Pero era tarde. 

Yo era pequeña 

y tenía sueño. 

Don Antonio era viejo 

Y también tenía sueño. 

(Señor, qué imperdonable: 

haber nacido demasiado pronto 

martes, 24 de enero de 2012

Capitulo 7 . Rayuela ( Julio Cortazar)

Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.
Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mi como una luna en el agua.

domingo, 22 de enero de 2012

Juan Gelman

AUSENCIA DE AMOR
Cómo será pregunto.
Cómo será tocarte a mi costado.
Ando de loco por el aire
que ando que no ando.
Cómo será acostarme
en tu país de pechos tan lejano.
Ando de pobrecristo a tu recuerdo
clavado, reclavado.
Será ya como sea.
Tal vez me estalle el cuerpo todo lo que he esperado.
Me comerás entonces dulcemente
pedazo por pedazo.
Seré lo que debiera.
Tu pie. Tu mano.

sábado, 14 de enero de 2012

Portugal

Los que me conocen saben que llevo nadando desde más de veinte años en las aguas de Portugal.
Quisiera desde aquí recordar este país que tan feliz me hace .


Una frase....


"Tengo dentro de mí todos los sueños del mundo".
Fernando Pessoa


Un lugar
                                           Olhao ( Ria Formosa ) 
                                           Ilha do Farol


Un vinho verde


Imagen del vino : Muralhas de Monção 2007

Un restaurante.

"O Livramento "
Avenida 5 de Outubro 160Olhao 8700Portugal


Una canción




Un libro


Qué caballos son aquellos que hacen sombra en el mar (António Lobo Antunes)-Trabalibros



















domingo, 8 de enero de 2012

Maite Martín ....Siempre Poesía.


Leo...

Leo los libros, el tacto de las manos, el silencio de las ranas, el sueño de los bebés y los ojos de todo lo que grita, ríe, llora o guarda compostura. Tengo buen cuidado de leer la letra pequeña de los compromisos, la segunda intención de los discursos y el tono en que se hacen las promesas.

Leo porque no sé de otro camino para comunicarme con los muertos y los seres imaginados, para ser alumno de Sócrates o amigo de algún personaje. Leo para escuchar voces, poner luz a las sombras y dar sentido al insomnio.

Leo por saciar la curiosidad, deshacer as dudas y encontrar el apoyo que aliente la esperanza. Leo por añadir asombro al asombro, por discutir, negar o aceptar filosofías que pretenden ordenar el caos. Leo para agradecer un verso, compartir un recuerdo, entretener las esperas, aliviar el ánimo, combatir el tedio.

Leo para saber hasta dónde puede trepar el bueno de Pedro por la mata de habichuelas, o cuál será el comportamiento del pato cuando tenga complejo de cisne.

Leo en libertad y, si me pierdo en el bosque, es cosa mía...

Juan Farias

miércoles, 4 de enero de 2012

Este fragmento del discurso de José Saramago cuando recibió el Premio Nobel me parece de una belleza infinita ,  es por eso que me gustaría compartirlo. Qué disfrutéis..........

De cómo los personajes se convirtieron 
en maestros y el autor en su aprendiz
 

de José Saramago 

El hombre más sabio que he conocido en toda mi vida no sabía leer ni escribir. A las cuatro de la madrugada, cuando la promesa de un nuevo día aún venía por tierras de Francia, se levantaba del catre y salía al campo, llevando hasta el pasto la media docena de cerdas de cuya fertilidad se alimentaban él y la mujer. Vivían de esta escasez mis abuelos maternos, de la pequeña cría de cerdos que después del desmame eran vendidos a los vecinos de la aldea. Azinhaga era su nombre, en la provincia del Ribatejo. Se llamaban Jerónimo Melrinho y Josefa Caixinha esos abuelos, y eran analfabetos uno y otro. En el invierno, cuando el frío de la noche apretaba hasta el punto de que el agua de los cántaros se helaba dentro de la casa, recogían de las pocilgas a los lechones más débiles y se los llevaban a su cama. Debajo de las mantas ásperas, el calor de los humanos libraba a los animalillos de una muerte cierta. Aunque fuera gente de buen carácter, no era por primores de alma compasiva por lo que los dos viejos procedían así: lo que les preocupaba, sin sentimentalismos ni retóricas, era proteger su pan de cada día, con la naturalidad de quien, para mantener la vida, no aprendió a pensar mucho más de lo que es indispensable. Ayudé muchas veces a este mi abuelo Jerónimo en sus andanzas de pastor, cavé muchas veces la tierra del huerto anejo a la casa y corté leña para la lumbre, muchas veces, dando vueltas y vueltas a la gran rueda de hierro que accionaba la bomba, hice subir agua del pozo comunitario y la transporté al hombro, muchas veces, a escondidas de los guardas de las cosechas, fui con mi abuela, también de madrugada, pertrechados de rastrillo, paño y cuerda, a recoger en los rastrojos la paja suelta que después habría de servir para lecho del ganado. Y algunas veces, en noches calientes de verano, después de la cena, mi abuelo me decía: «José, hoy vamos a dormir los dos debajo de la higuera». Había otras dos higueras, pero aquella, ciertamente por ser la mayor, por ser la más antigua, por ser la de siempre, era, para todas las personas de la casa, la higuera. Más o menos por antonomasia, palabra erudita que sólo muchos años después acabaría conociendo y sabiendo lo que significaba. 
Pensaba entonces que mi abuela, aunque también fuese una mujer muy sabia, no alcanzaba las alturas de mi abuelo, ése que, tumbado debajo de la higuera, con el nieto José al lado, era capaz de poner el universo en movimiento apenas con dos palabras. Muchos años después, cuando mi abuelo ya se había ido de este mundo y yo era un hombre hecho, llegué a comprender que la abuela, también ella, creía en los sueños. Otra cosa no podría significar que, estando sentada una noche ante la puerta de su pobre casa, donde entonces vivía sola, mirando las estrellas mayores y menores de encima de su cabeza, hubiese dicho estas palabras: «El mundo es tan bonito y yo tengo tanta pena de morir». No dijo miedo de morir, dijo pena de morir, como si la vida de pesadilla y continuo trabajo que había sido la suya, en aquel momento casi final, estuviese recibiendo la gracia de una suprema y última despedida, el consuelo de la belleza revelada. Estaba sentada a la puerta de una casa, como no creo que haya habido alguna otra en el mundo, porque en ella vivió gente capaz de dormir con cerdos como si fuesen sus propios hijos, gente que tenía pena de irse de la vida sólo porque el mundo era bonito, gente, y ése fue mi abuelo Jerónimo, pastor y contador de historias, que, al presentir que la muerte venía a buscarlo, se despidió de los árboles de su huerto uno por uno, abrazándolos y llorando porque sabía que no los volvería a ver.